En verano, uno no quiere una pareja (mentira, siempre la quiere).
En verano uno quiere joda, sol, playa, más joda.
Mis veranos siempre fueron bastantes monótonos, divertidos pero monótonos. Siempre a veranear con la familia (y si, siendo menos no queda otra, no?). Me acuerdo que en unas vacaciones de turismo, nos fuimos a Rocha, a un lugar totalmente desolado. La atración del lugar, eran dos cybers: uno al lado del otro (no es broma) y a veinte cuadras de donde yo estaba con mi familia. Aún así, iba un rato todos los días, porque era lo único que se podía hacer (aparte de ir a la desolada playa).
Por esa época empecé a hablar con un pibe, unos años mayor a mi, con el que había estado en una noche de alcohol en diciembre. Hablábamos de cosas totalmente triviales y sin importancia. Después descubrí que podía robarle internet a Movistar y me conectaba teniendo $1 de saldo ilimitadamente. Ahí fue cuando empezamos a hablar todas las noches durante horas. Llegué a ver el amanecer tirada en un sillón, escuchando música y chateando desde mi celular con él.
Llegamos el domingo de Pascuas de Rocha y después de comer en familia, me fui a encontrar con él. Llegó una hora después de lo acordado, pero las ganas de verlo superaban la calentura de su llegada tarde y el bombon que me regaló ese día, aplacó la espera. Y más o menos así, comenzó todo.